Cerrajero de Galapagar (Madrid), miembro de la Unión General de Trabajadores (UGT), su primera militancia política fue en el Partido Radical Socialista, con el que se presentó en las elecciones municipales en 1931 que dieron lugar a la proclamación de la República y fue elegido alcalde de Galapagar. Tras abandonar a los radicales con la escisión de Izquierda Radical Socialista, se incorporó al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundando la Agrupación socialista de Galapagar en 1936. Fue nombrado presidente de la Comisión Gestora del ayuntamiento para ser elegido alcalde de nuevo poco después.
Fue detenido por las autoridades franquistas en marzo de 1939, al mes siguiente lo encarcelaron, junto a otros concejales de la agrupación, en la prisión de San Lorenzo de El Escorial y en agosto los trasladaron a la prisión de Porlier. Sometido a consejo de guerra, fue fusilado, junto a sus compañeros y la 14ª rosa, en el antiguo cementerio del Este el 19 de Febrero de1940. Dejó huérfanos a sus tres hijos, pues su esposa murió tras el último parto. Escribió una carta a su hijo, su primogénito y único varón, desde Porlier. Se trata de su testimonio vital, donde, por última vez, le da consejos para que encauce adecuadamente su vida.
Uno de los párrafos dice lo siguiente:
"La vida era solemne; puro y sereno el pensamiento era; sosegado el sentir, como las brisas mudo y fuerte el amor, masas las penas, austeros los placeres arraigadas las creencias, sabroso el pan, reparador el sueño fácil el bien y pura la conciencia."
Madrid, abril 2019
Querido Anastasio, bisabuelo:
No nos conocemos -de hecho ni siquiera conociste a mi madre- soy tu bisnieta, y aunque te parecerá una locura, te siento muy querido y muy cercano a mí, como un aliento soplándome en el cogote.
Desde pequeña, el secreto que rodeaba a tu persona y tu triste final despertaron en mí admiración y curiosidad. A eso se añadió el cariño que siempre sentí por mi abuelo, tu hijo, uno de los mayores premios que me ha dado la vida, y la promesa que le hice de reivindicar siempre tu figura para que tu nombre no quedara en el olvido.
Muchas veces fantaseo pensando cómo habría sido la vida de mi familia si tu final hubiera sido otro. Sospecho que, de no haber vivido ese infierno, el carácter de mi abuelo -osco y recio, callado-, habría sido otro. Yo no me puedo quejar, lo conocí en su buena etapa, cuando, a pesar de que su trauma no había desaparecido, la proximidad a la meta habiendo sorteado tantos obstáculos le proporcionó un cierto sosiego. Pero la vida junto a él no debió de ser siempre fácil, demasiado amargura y sufrimiento. Fue uno de tantos damnificados por el odio, la barbarie y la sinrazón a los que la intensidad del dolor, la imposibilidad de desahogo y la tortura del silencio convirtieron en un trasunto de ellos mismos, sufrientes actores de una vida falsa.
Si recuerdas, en tu carta de despedida desde Porlier le dabas una serie de consejos de cómo debía encauzar su vida, pues eras consciente de que con 16 años, huérfano de padre y madre, se convertía en cabeza de familia. Bien, en lo más importante te hizo caso: escogió la mejor esposa posible. Sin duda, justicia poética, ¡después de tantas penas, por fin la vida le tenía reservado algo realmente bueno! Encontró a la mejor compañera de viaje, la mejor madre, una excelente persona con la fortaleza, el optimismo y serenidad que a él le faltaban y que tanto le ayudó. Y aunque, repito, no siempre fue fácil, apenas pudo sobrevivirla un año. Siempre estuvieron juntos.
Afortunadamente, le dio tiempo a vivir la recuperación de tu figura por parte de la agrupación socialista de Galapagar que tú mismo fundaste y gracias a la cual yo me he introducido en grupos de memoria histórica. Te reivindican como líder y te admiran. Cada año, celebran unas jornadas culturales que llevan tu nombre, y te rinden homenaje, a ti y a tus compañeros concejales también fusilados, junto a tus restos en el cementerio de Galapagar, en torno al 19 de febrero (fecha de los asesinatos). No sé si sabrás del auténtico suplicio que pasó hasta que pudo llevar tus restos allí, a tu pueblo. Fue emocionalmente durísimo, pero lo consiguió y compró el terreno de tu sepultura y el de al lado ("el chalecito", lo llamábamos). Los malos no os dejaron estar juntos en vida, pero afortunadamente no han podido evitar que descanséis el uno junto al otro por toda la eternidad.
En un pleno votaron que os dedicarían, a ti y a tus compañeros una calle o plaza. No lo han cumplido. Ya me lo decía tu hijo, Anastasio, "hija, no te hagas ilusiones, esa gente es muy mala. No lo van a consentir". Y tenía razón. Murió sin ver la calle ni el monumento en el antiguo Cementerio del Este, en la funesta tapia donde respirasteis por última vez. Y veremos a ver si lo conseguimos.
Me siento inexplicablemente unida a los familiares de otros fallecidos. Me ayudan mucho, me hacen sentirme más cerca de ti y son los que se están preocupando por conseguir ese monumento con todos vuestros nombres.
Cada acto al que acudo es una catarsis para mí. Esta misma carta también lo es.
¡Me hubiera gustado tanto conocerte mejor! ¡Sospecho que podía haber aprendido tanto de ti! En cualquier caso, me siento muy orgullosa de llevar algo de tus genes. Me hace ser mejor.
Hasta siempre