domingo, 8 de marzo de 2009

Pienso en vosotras

Yo no tengo ningún familiar a quien escribir, o a quién contestar su carta en vísperas de su ejecución en el cementerio del Este, en aquel tiempo de la "negra noche" de Europa. O quizá lo tenga y no lo sepa: es una posibilidad que siempre existe.

Pienso en vosotras y vosotros y me acuerdo de lo que me decía mi padre, que vivía junto a la Carretera del Este: que su tío le contaba que por aquellos años, de madrugada, oía subir los camiones rumbo al cementerio, cargados de las gentes a las que iban a fusilar. Y que los maldecía, entristecido: no por casualidad su hermano había caído en la Peña del Alemán en 1936, al comienzo de la guerra, defendiendo la República.

Mi padre también me contaba que los niños de Ventas, los chiquillos miserables que se ganaban unas perras ayudando a los marmolistas o vendiendo vasos de agua en los alrededores de la plaza de toros, solían recoger los casquillos de bala para jugar con ellos... pero que él nunca lo había hecho. No sé si sería verdad, pero la intención cuenta. Él ya sabía en aquel entonces para qué habían servido aquellos casquillos.

Ahí se me acaban los recuerdos heredados del cementerio... hasta que conocí a varias de las mujeres que estuvieron en la cárcel de Ventas con aquellas otras que fueron fusiladas. Ya quedan muy pocas. A una de ellas, Josefina Amalia Villa, compañera de varias de las Trece Rosas -Martina, Anita- la recuerdo leyendo el diario cada mañana en su casita de Manoteras, ejerciendo su sentido crítico -y satírico- y manteniendo intacta su capacidad de indignación. Jose Amalia respondía a todas mis preguntas, se sometía de buena gana a la tortura de recordar las peores épocas de su vida...pero no se quedaba allí. Hablábamos de Ventas y de la Segunda República, pero también de la guerra de Irak y Afganistán, de Bush, del mundo que su generación nos estaba dejando: decía que era aún peor que el que ella había vivido, y que nuestra tarea sería aún más pesada, o más difícil. "No te cambio tu mundo por el mío", solía decirme.

Jose Amalia Villa reposa ahora en el cementerio civil, también en la Almudena. Murió en el 2006: ya tenía ganas, se había cansado de vivir. Poco a poco, inadvertidamente, esta carta se ha ido dirigiendo a ella, casi sin que yo me diera cuenta. No era familiar mío, pero durante los cinco últimos años de su vida sé que fui uno de sus nietos preferidos. Ahora pienso en Jose y pienso que me gustaría ser como ella. Mantener intacta mi capacidad de indignación cotidiana: con el pasado, sí, pero sobre todo con el presente de todos los días.

Y pienso en lo que habría dicho Jose Amalia de la última matanza de Gaza, esa obscena repetición de la matanza de los bombardeos de Madrid de la que ella fue testigo, siendo joven. Su muerte le ahorró, para bien, ese último sufrimiento, ese último gesto de estupor ante la crueldad humana: la del mundo que nos ha tocado vivir a nosotros.

A Josefina Amalia Villa (que murió en la cama en el año 2006)





Fernando Hernández Holgado
Historiador y escritor.

1 comentario:

Anabel V. López dijo...

Tengo entendido q las cenizas de mi tía Josefina Amalia se esparcieron en el cementerio Civil según sus deseos y que asisitieron solo las personas que ella expresamente había indicado y una persona a la que ella había tomado afecto, llamado FERNANDO. No sé si es el autor de ésta nota...Como menciona, si, estába cansada, desilusionada y ya habían sido muchas las cosas que no habían salido como ella quisiera. Me alegra leer sobre ella que fué, hasta el último de sus días, con una mente lúcida y una conversación que cautivaba a cualquiera. Conocedora de la política mundial y con una capacidad increible de conocer a las personas por sus gestos y conversación. Era casi sorda por las torturas sufridas, pero llevaba una plática amena leyendote los labios con facilidad... Una mujer admirable.